(De mi amiga Jaqueline Vazquez Della Valle, una lectura desde España... )
Un día navegando en Internet me topé con las cartas Zener, en cuanto vi las figuras reconocí enseguida de que se trataba. Mi curiosidad fue tan fuerte como para leerme la página completa y seguir buscando más y más.
A la mañana siguiente, cuando pensé que mi curiosidad ya estaba satisfecha, mis dedos no dejaban tranquilo el teclado, haciendo que navegara por todos los links posibles, no terminaba de leer una explicación que ya saltaba a otra página. De repente ya era una graduada en algo que ni siquiera tenía un concepto claro, mucho menos una posición tomada.
Cada fin de semana en la esquina de mi casa los vecinos armaban una feria. Cada uno ponía un stand y ofrecía servicios. Pasteles, limonadas, arreglos de costura y hasta improvisadas ventas de garaje. Yo nunca había participado, nunca se me ocurría nada que pudiera ofrecer y mis pasteles solían venir en cajas directo del supermercado.
Les aseguro que lo pensé más de dos veces, siempre esa falta de confianza en una misma, siempre ese “no vas a lograrlo” que retumba en el cerebro, como si así acentuara su poder.
Y sí, el sábado ahí estaba yo, frente a una mesa, cubierta con un mantel bordado y bien antiguo, como para darle un toque de misterio a mi improvisado stand; una silla, una pantalla que no dejaba ver las cartas, un cuaderno, un lápiz y toda la ansiedad que podía contener mi pecho, por ver cómo funcionaba eso de adivinar formas ocultas, esa clarividencia disimulada en cinco figuras, donde la estadística persiste en un duelo eterno con lo sobrenatural.